No son pocos los funcionarios de gobierno que se van de boca. Quizás el ejemplo más flagrante sea la respuesta de Hannibal Fernández - el ministro del Interior - a la carta de la madre de Nicolás, el adolescente secuestrado.
En alguna parte de su respuesta dijo "la alusión al Museo de la Memoria que hace la señora y otros comentarios que denotan su forma de pensar no me parecen felices". Relean: "denotan su forma de pensar". En la paranoia ideológica que acompaña a muchos funcionarios del gobierno, los Blumberg o los Garnil utilizan políticamente su dolor. Por eso es que Fernández y compañía se ven en la necesidad de responder ideológicamente y juzgar, entonces, la "forma de pensar" de quien los crítica.
Supongamos por un rato que los Fernández de este mundo tienen razón y los Blumberg y los Garnil efectivamente explotan su sufrimiento con fines políticos. ¿Y eso qué importa? ¿Acaso eso hace que el problema de seguridad sea menos dramático? ¿Es posible encontrar una familia argentina uno de cuyos integrantes no haya sido víctima de un delito en los últimos años?
Sigue juzgando Fernández cuando apunta a Garnil como esa "parte de la Argentina que descubre el dolor cuando le toca". Cuando Fernández se burla de Garnil, o la descalifica, también lo hace con el dolor de los menos y con la inseguridad de casi todos. Porque ellos, los funcionarios, van con custodia.
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