martes, 1 de septiembre de 2015

Hadran Alach Simon



Parece que cuando los estudiosos de la Torá terminan el texto sagrado recitan Hadran Alach que significa "volveremos al texto". Porque nunca se abandona un texto, se lo revisita como una tarea pendiente.Eso nos pasa con los profesores, aquellos de los que aprendemos siempre. Hace un par de días murió un profesor, Simon Benninga.

Mi primer cruce con Benninga fue cuando, por casualidad, un buen amigo me prestó su Numerical Techniques in Finance. Comenzaban los 90', no había aprendido finanzas en la facultad ni en la maestría y me las tenía que arreglar por mi cuenta en mi bautismo en el sistema financiero. Prácticamente no existían libros que guiaran como implementar en una hoja de cálculo lo que uno leía en los papers. Pero el libro pionero de Simon me ayudó a saltar las primeras vallas y me enseñó a poner la teoría en Lotus. Y mucho más que eso. Me dio un oficio.

Años después me tocó, junto a un colega y amigo, introducir finanzas en la curricula de la UBA bajo el increíble título de Mercado de Capitales y Elementos de Cálculo Financiero. Nuestra intención era dar un curso aplicado, que tuviera a la implementación (ahora en Excel) como una parte esencial del mismo. No se trataba de quitarle importancia a la teoría sino, al revés, aprenderla usándola. Y más adelante nos tocó, con otro colega y amigo, enseñar finanzas en la Maestría en Economía de la FCE-UBA. ¿Cómo armar una materia aplicada desde casi nada?

Afortunadamente para nuestra experiencia docente, Simon publicó otro libro enfocado a la implementación de las finanzas modernas: Financial Modeling ¡qué ya va por su cuarta edición! Tímidamente le escribí a Simon pidiéndole permiso para utilizar y distribuir algunos de los archivos que acompañaban a su libro que pocos acá podían comprar. Generoso, Simon abrió las puertas y sólo pidió a cambio feedback. Encantado de que usemos su texto sólo quería mejorarlo a medida que pasara el tiempo.

Además de un gran profesor, Simon fue un académico de altísimo nivel, con publicaciones en los journals más importantes de la profesión y editor de tantos otros. Aunque, claro, mi parte preferida de su obra fue (es) su esfuerzo para que las finanzas tuvieran una contraparte empírica, aplicada, útil.

Me imagino (espero) que Simon esté ahora junto a otros grandes profesores. Y nosotros, sus estudiantes (los directos e indirectos) seguiremos haciendo lo que mejor podemos hacer con los grandes profesores: revisitarlo.

sábado, 1 de agosto de 2015

De eso no se habla

La demanda de la política de ocultar el atraso cambiario, como si no mencionarlo fuera a evitar sus efectos, me hizo acordar a estos párrafos del filósofo Thomas Moro Simpson en ese libro fenomenal que es Formas lógicas, Realidad y Significado:

La distinción clara entre las palabras y las cosas es un producto tardío del espíritu humano. En la cosmovisión de la humanidad primitiva, el nombre forma parte del ser de los objetos, quizá del alma, y sólo una cuidadosa protección puede alejarlo del peligro acechante. El fetichismo de la palabra logró sobrevivir en la época histórica: "La deidad guardiana de Roma tenía un nombre incomunicable; y en algunas zonas de Grecia antigua, los nombres sagrados de los dioses eran grabados en láminas de plomo que se arrojaban al mar, con el fin de protegerlos contra la profanación”.

Observa un autor que los indios norteamericanos "consideran su nombre como una parte definida de su personalidad, a igual título que sus ojos y sus dientes, y creen que el manejo malintencionado de su nombre puede causarles tanto daño como una herida en cualquier sitio del cuerpo”.  Se debe a esta creencia que muchos salvajes se esfuercen ocultar por sus nombres, para evitar las operaciones mágicas de sus enemigos.  Los cafres nos han Iegado una ilustración pintoresca de esta concepción  semántica primitiva. Creían que el carácter de un individuo es modificable mediante el uso mágico de su nombre. Para modificar el carácter de un ladrón y convertirlo en un hombre honesto, la receta es la siguiente: se grita su nombre sobre un puchero con agua hirviendo y con “medicina”, se tapa el puchero y se deja el nombre macerándose durante siete días (J. G. Frazer, La Rama Dorada).