La palabra "intelectual", usada como sustantivo para referirse al "trabajador intelectual" que adopta una postura política, se acuñó en 1898, cuando Georges Clemenceau la empleó durante el caso Dreyfus para felicitar a "intelectuales" como Marcel Proust y Anatole France, que se habían aliado con Emile Zola, el gran defensor de Dreyfus.(...)
Zola y Clemenceau proporcionaron una inesperada ayuda a la colonia de hormigas obreras dedicadas al "trabajo puramente intelectual" (una expresión de Clemenceau): los escritores de ficción, dramaturgos, poetas, profesores de historia y literatura, esa industria artesanal de pobres infelices que se dedicaban a escribir, escribir y escribir. Zola era un magnífico periodista (o "documentalista" como se definía él) y estaba más informado de los pormenores del caso Dreyfus que cualquier juez, fiscal o gente judicial. Sin embargo, ese detalle inconveniente de la biografía de Zola quedó muy olvidado. El nuevo héroe, el intelectual, no necesitaba cargar sobre sus hombros el peso de las fastidiosas labores de informar o investigar. En consecuencia, no precisaba una educación especial, formación académica, bases filosóficas, esquemas conceptuales ni mayores conocimientos del mundo científico o universitario que los que se encuentran en la sección de cultura de cualquier periódico dominical. Lo único que necesitaba era indignación ante los poderes fácticos y los idiotas burgueses que se sometían a ellos ¡Estupendo! Ya se había convertido en un intelectual. (el destacado es mío)
Extracto de "En el país de los marxistas rococó" de Tom Wolfe
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