En los años 60, se descubrieron enormes yacimientos de gas en el Mar del Norte. Las exportaciones holandesas subieron muchísimo y entonces el florín comenzó a apreciarse por el enorme superávit comercial. La economía holandesa perdió competitividad.
De allí proviene la expresión “enfermedad holandesa” para referirse a la paradoja de un país que, a pesar de ser más rico, comienza a sufrir las consecuencias de una moneda más cara.
Curiosamente, hoy me topé con dos referencias a la enfermeidad holandesa. Una, que muestra una profunda ignorancia. Otra, que con algunas confusiones plantea cuestiones interesantes.
La enfermedad holandesa puede tomar formas variadas. Descubrimientos de gas y petróleo, aumento en el precio de los commodities, o entrada de capitales para comprar deuda o invertir en la economía real. No todo da lo mismo.
Cuando el país se endeudaba en el exterior, la entrada de capitales era definitivamente de naturaleza transitoria porque lo que había entrado iba a salir al momento de repagar la deuda. O simplemente cuando los inversores se asustaran. Permitir que se aprecie el peso cuando se trata de deuda es definitivamente erróneo porque lleva a fluctuaciones cambiarias que son una fuente de inestabilidad.
Pero ¿y cuándo la lluvia de dólares llegó para quedarse? ¿Qué hay qué hacer si las commodities van a ser caras en forma permanente?
Como nadie puede arrogarse la soberbia del conocimiento del futuro (aunque este sea un pecado frecuente entre los economistas) nadie puede afirmar con certeza cual va a ser el precio de los granos en los próximos años. La incertidumbre obliga, por prudencia, a considerar al menos una parte de la mejora en el precio de las commodities como algo transitorio. Esto significa que impedir que el precio se aprecie mucho como consecuencia del súper sobrante de dólares de la economía es una decisión conservadora (por eso sorprende más que tanto economista conservador no lo vea así y proponga apreciar el peso, o lo que es lo mismo abaratar el dólar).
Hay más razones para impedir la apreciación del peso por la súper soja, o al menos demorarla lo que se pueda.
El desarrollo de un sector industrial que sustituya exportaciones, y eventualmente compita, tiene varios efectos positivos a futuro. Prevenir la apreciación del peso sostiene el ritmo de creación de empleo. Y la acumulación de reservas es una póliza de seguro frente a crisis financieras.
La historia no termina acá. La cuestión no es sólo el exceso de dólares sino quien se queda con esos dólares y a donde van. Si las divisas sobrantes de la soja van a financiar consumo del campo (ahora estigmatizado en la figura de la 4X4) entonces los dólares se compran con pesos que emite el banco central. Estos pesos o bien quedan en los bolsillos de la gente o bien hay que retirarlos emitiendo deuda. Es inflación o deterioro fiscal.
Sin embargo, ambos casos - comprar los dólares con pesos o con deuda - tienen algo en común: aumenta el stock de activos en pesos en relación al stock de activos en dólares. Si la demanda por activos en pesos (dinero o deuda) no sube (en el sentido de la curva desplazándose para arriba y no en el sentido de movimientos a lo largo de la curva) entonces el peso se deprecia en relación al dólar: pierde valor, y eso es inflación.
En cambio, si parte del sobrante se lo apropia el estado no es necesario que se emitan pesos y mejoran las cuentas fiscales. Las retenciones son entonces una forma de prevenir la apreciación del peso… siempre que el estado no se lo gaste.
Seguir creciendo con menos presiones inflacionarias (en jerga de economistas: la consistencia macroeconómica del modelo de tipo de cambio real alto) exige que el estado mantenga un nivel de ahorro alto. Una expansión del gasto público como la del año 2007 (creció 46% en el año, un ritmo al cual se duplica en dos años) es insostenible en el tiempo. Lo que significa que el gobierno está matando al modelo que le permitió llegar.
La historia de la enfermedad holandesa justifica la existencia de retenciones a la soja, por ejemplo. Sin embargo, no justifica cualquier nivel de retenciones y, por lo mismo, no justifica cualquier nivel de gasto público.
Pero cual sea el nivel adecuado no es una respuesta que corresponda exclusivamente a los economistas. El balance entre retenciones y gasto público tiene fundamentos económicos pero también sociales y políticos. El conflicto del campo muestra que las sociedades también se enferman cuando sobra.
De allí proviene la expresión “enfermedad holandesa” para referirse a la paradoja de un país que, a pesar de ser más rico, comienza a sufrir las consecuencias de una moneda más cara.
Curiosamente, hoy me topé con dos referencias a la enfermeidad holandesa. Una, que muestra una profunda ignorancia. Otra, que con algunas confusiones plantea cuestiones interesantes.
La enfermedad holandesa puede tomar formas variadas. Descubrimientos de gas y petróleo, aumento en el precio de los commodities, o entrada de capitales para comprar deuda o invertir en la economía real. No todo da lo mismo.
Cuando el país se endeudaba en el exterior, la entrada de capitales era definitivamente de naturaleza transitoria porque lo que había entrado iba a salir al momento de repagar la deuda. O simplemente cuando los inversores se asustaran. Permitir que se aprecie el peso cuando se trata de deuda es definitivamente erróneo porque lleva a fluctuaciones cambiarias que son una fuente de inestabilidad.
Pero ¿y cuándo la lluvia de dólares llegó para quedarse? ¿Qué hay qué hacer si las commodities van a ser caras en forma permanente?
Como nadie puede arrogarse la soberbia del conocimiento del futuro (aunque este sea un pecado frecuente entre los economistas) nadie puede afirmar con certeza cual va a ser el precio de los granos en los próximos años. La incertidumbre obliga, por prudencia, a considerar al menos una parte de la mejora en el precio de las commodities como algo transitorio. Esto significa que impedir que el precio se aprecie mucho como consecuencia del súper sobrante de dólares de la economía es una decisión conservadora (por eso sorprende más que tanto economista conservador no lo vea así y proponga apreciar el peso, o lo que es lo mismo abaratar el dólar).
Hay más razones para impedir la apreciación del peso por la súper soja, o al menos demorarla lo que se pueda.
El desarrollo de un sector industrial que sustituya exportaciones, y eventualmente compita, tiene varios efectos positivos a futuro. Prevenir la apreciación del peso sostiene el ritmo de creación de empleo. Y la acumulación de reservas es una póliza de seguro frente a crisis financieras.
La historia no termina acá. La cuestión no es sólo el exceso de dólares sino quien se queda con esos dólares y a donde van. Si las divisas sobrantes de la soja van a financiar consumo del campo (ahora estigmatizado en la figura de la 4X4) entonces los dólares se compran con pesos que emite el banco central. Estos pesos o bien quedan en los bolsillos de la gente o bien hay que retirarlos emitiendo deuda. Es inflación o deterioro fiscal.
Sin embargo, ambos casos - comprar los dólares con pesos o con deuda - tienen algo en común: aumenta el stock de activos en pesos en relación al stock de activos en dólares. Si la demanda por activos en pesos (dinero o deuda) no sube (en el sentido de la curva desplazándose para arriba y no en el sentido de movimientos a lo largo de la curva) entonces el peso se deprecia en relación al dólar: pierde valor, y eso es inflación.
En cambio, si parte del sobrante se lo apropia el estado no es necesario que se emitan pesos y mejoran las cuentas fiscales. Las retenciones son entonces una forma de prevenir la apreciación del peso… siempre que el estado no se lo gaste.
Seguir creciendo con menos presiones inflacionarias (en jerga de economistas: la consistencia macroeconómica del modelo de tipo de cambio real alto) exige que el estado mantenga un nivel de ahorro alto. Una expansión del gasto público como la del año 2007 (creció 46% en el año, un ritmo al cual se duplica en dos años) es insostenible en el tiempo. Lo que significa que el gobierno está matando al modelo que le permitió llegar.
La historia de la enfermedad holandesa justifica la existencia de retenciones a la soja, por ejemplo. Sin embargo, no justifica cualquier nivel de retenciones y, por lo mismo, no justifica cualquier nivel de gasto público.
Pero cual sea el nivel adecuado no es una respuesta que corresponda exclusivamente a los economistas. El balance entre retenciones y gasto público tiene fundamentos económicos pero también sociales y políticos. El conflicto del campo muestra que las sociedades también se enferman cuando sobra.