Ayer me tocó hacer de chaperón en el concierto de Alejandro Sanz. No escuché mucho de Sanz, y lo que escuché no me fascina, pero intuyo más de lo que ofrecen los baladistas usuales que humedecen a nuestras adolescentes (y no tan adolescentes).
A veces, Sanz transpira un aire flamenco que muestra cierta audacia y una lírica menos obvia que sus pares. Y hace un esfuerzo por rodearse de buenos músicos. Imagino que lo hizo por los morlacos pero Paco de Lucía trabajó con Sanz, por nombrar a uno que se acerca a Dios cuando pulsa las tripas, y algún que otro músico de mucho talento.
Pero no es esto a lo que iba. El concierto de Sanz en River tuvo un sónido pésimo, como hace tiempo que no escuchaba. Todo distorsionaba, todo sin matices, una bola de ruido. Mi impresión amateur me dice que pusieron poco sonido y al mango. Y esto me parece una estafa, sobre todo al costo de las entradas que están cerca del primer mundo.
Así que, una vez más, los españoles nos venden espejitos de colores. Y seguramente algún argentino prendido en la producción del show.
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